Creo que estoy viviendo uno de los momentos de mayor incertidumbre de toda mi vida. Es curioso, con la cantidad de cosas que me han pasado en la vida, ¿no? En los últimos ocho años he vivido en cinco ciudades diferentes de toda España. He trabajado en cervecerías, pubs, restaurantes, hamburgueserías… He sido acomodadora en un cine, he vendido seguros, he vendido máquinas para pulir el suelo (bueno, lo intenté, pero no vendí ni una)… Todo eso para llegar a ser quien soy. Todo eso para poderme pagar los estudios y terminar, al fin, trabajando con todos los derechos en la profesión que ha sido mi sueño desde que me acerqué a ella hace hoy ocho años. En ella he pasado por toda clase de empresas, de departamentos, de jefes, de compañeros. Hasta que, por fin, llegué aquí, a esta empresa. Y hasta hace a penas unos meses no podía creerme la suerte que tenía. Unos compañeros formidables que han acabado convirtiéndose en amigos. Unos jefes que jamás pensé que podrían existir, a los que me he dado el lujo de echarles la bronca incluso y lo han aceptado con una sonrisa. Y ahora esto. Aún me deben la mitad del sueldo del mes pasado. Poco se sabe de lo que ocurrirá con el de este mes. Y lo que es peor, habrá una regulación de empleos en breve con la que ocho personas se irán a la calle y el resto sufriremos un recorte en nuestros salarios… ¿Y qué hicimos cuando nos enteramos? Celebrar una fiesta en casa de Miriam. ¿Quién querría irse de un ambiente de trabajo así? Pero, ¿quién puede sostener la incertidumbre de seguir trabajando sin saber cuándo o cuánto va a cobrar?
Esta última semana ha sido un auténtico tormento. Cuando estábamos en pleno proceso de intentar tomar las riendas de la situación por medio de reuniones de trabajadores, llegó el accidente de Barajas. Y ya todo dejó de importar: los sueldos, los puestos de trabajo… Todo. Nos concentramos en lo que teníamos que hacer. Trabajar. Hacer nuestro trabajo porque de eso dependían muchas cosas, muchas personas, en un momento tan duro.
Creo que no he llorado tanto por trabajo en mi vida. Ni creo haber llorado tanto en general por nada como en esta semana. Ha sido duro. Muy duro. Lo peor que me ha tocado hacer en esta profesión.
Pero ya pasó. El vendaval empezó a amainar y de nuevo llegan los fantasmas a adueñarse de cada día de trabajo. Es día 1. No he cobrado la mitad de sueldo del mes pasado. Tengo 400 euros en negativo en la cuenta. No sé cuando voy a cobrar lo que me falta y menos lo de este mes. He tenido que dejar el garaje. Mi coche duerme hoy en la calle por primera vez. Y lo peor. Tengo hasta el día 5 para reunir el dinero del alquiler, que ya el mes que pasado lo pagué tarde.
Y tengo una oferta. Una oferta para irme a otra empresa. Una empresa nueva, que está empezando en el sector y en la que me quieren para ayudar a darle presencia en el mercado. El salario que me ofrecen es similar al que tengo ahora, aunque por hacer bastante más de lo que hago ahora, pues sería un cargo de responsabilidad. Claro que ahora no lo cobro y allí sí lo haría. Hay compañeros y amigos que me dicen que no me lo piense, que vuele, que me vaya. Otros, que ni se me ocurra, que puede acabar siendo lo mismo que esta o peor. Hoy, encima, me he enterado que se plantean cambiarme de departamento, al departamento en el que siempre he querido estar. Y menos ganas dan aún de irse. Pero, ¿y si la empresa finalmente quiebra? No sé qué hacer con mi vida.
De momento, simplemente, estoy dejando que pasen los días, viendo cómo se van desarrollando los acontecimientos. La oferta que me han hecho está aún en proceso de aprobación por el Consejo de Administración de la empresa, con lo que tengo margen para pensármelo antes de que se convierta en una proposición firme. Pero quizás no el tiempo suficiente.
No. No me quiero ir. Me gusta mi trabajo, me gustan mis compañeros, me gusta estar cerca de Juan. Pero tampoco me quiero quedar, porque me aterra la idea de que cuando realmente necesite irme ya no tenga a donde… y el sector está cada día peor…
Tengo la cabeza como un bombo.
Y Juan. Sí, también está Juan. Después de la última vez que escribí tuvimos una conversación en mi casa. Me dijo que no me acostumbrara a él, que él no veía que lo nuestro fuera algo estable. Yo me callé y lo acepté. Ese día, lo acepté. Era viernes. Se fue el sábado a su casa. O eso pensaba yo…
El lunes, al terminar de trabajar le dije que se viniera a casa. Me dijo que no podía, que no había pasado por su casa en todo el fin de semana y que tenía que irse. Le pregunté que si había estado en la ciudad y que, si era así, por qué no me había llamado, que dónde había estado. “Esa no es una pregunta a la que tenga que responder”. “No, no tienes por qué, pero ya lo has hecho. Queda claro”. “No, no pienses mal, que no responda no significa que tengas que pensar mal”. “Que no respondas me da pie a hacerlo. Pero da igual. ¿Te quedarás mañana?”. “No lo sé”. “Quédate”. “¿Y si no puedo?”. “Pues, si no puedes me aguantaré”. “Vale, ya veremos”.
Era estúpido por mi parte actuar así. Lo sé. No merecía que siguiera insistiendo en que viniera después de aquella respuesta. Pero lo necesitaba. Llevaba cinco días rodeada de dolor, de muerte, de llantos. Necesitaba sus brazos y sentir que seguía viva.
Al día siguiente, martes, recibí por la mañana una carta en casa con el sobre escrito a mano. Miré el remitente: Ume Ernest. “¿¿??”. Entonces vi la ciudad de procedencia: Ámsterdam. ¡Era de Juan! Era la marihuana que dijo que me enviaría por correo. ¡Había llegado! Le llamé muy contenta para contárselo. Me dijo que teníamos que probarla.
Luego por la tarde, en la oficina, me mandó un skype.
JUAN: Al final no voy esta noche a tu casa. Lo siento.
YO: ¿Por qué?
JUAN: Porque no puedo.
YO: Bien. Pásate por mi mesa luego y disimuladamente te doy la marihuana, para que te la fumes con quien quieras y cuando quieras.
JUAN: No es eso. No seas ¡IDIOTA!
YO: Me da igual lo que sea Juan. Paso. Este tipo de tonterías, de misterios, de jugar al tira y afloja me desgastan demasiado. Paso. No me apetece. Así que mejor lo dejamos como está.
JUAN: Baja a fumar, yo voy a comprar algo. Quiero que hablemos.
Y bajé. Nos fuimos a la cafetería y empezamos a hablar.
- A ver, ¿qué te pasa?
- No me pasa nada, simplemente paso de este tipo de historias, ya las he vivido, he vivido demasiadas y no me interesan.
- ¿Qué es lo que has vivido?
- Esto, las tonterías, el tira y afloja, el tener que poner límite a mis sentimientos, a mis actos, el tener que estar controlando en todo momento mis impulsos. No es lo que quiero en este momento para mi vida, Juan. Puedo entender que sea lo que a ti te apetece, es respetable, pero también debes respetar que no es eso lo que me interesa a mí en este instante. Ya estoy cansada de ese tipo de historias y no quiero otra.
- No te entiendo, Judi, fuiste tú quien puso límites a esto desde el principio
- Puede ser. No lo niego, pero luego han pasado cosas. Y, Juan, sé que yo doy la imagen de frívola, de chica dura que nunca se enamora, sé que es eso lo que proyecto. Pero no es cierto. Ésa no soy yo en realidad. Yo no me acuesto tantas veces seguidas con alguien si no es porque siento algo más, si no es porque me interesa. Ni mucho menos le llamo en mis vacaciones, ni le invito a cenar a mi casa la noche que llega. Pensé que eras capaz de darte cuenta de eso.
- Pues no, la verdad, no me di cuenta.
- Pues ya lo sabes
- Pero, Judi, que esta relación tenga fecha de caducidad no significa que no podamos vivirla.
- No para ti, para mí sí. Yo puedo vivir una relación con la incertidumbre de si tendrá o no tendrá fecha de caducidad, con la triste certeza de que al final todas acaban teniéndola. Pero no con la absoluta convicción de que así es. Porque entonces no merece la pena.
- A ver Judi, cuando estabas en la universidad seguro que hubo muchos amigos a los que conociste y a los que pensaste que una vez acabada la universidad dejaríais de veros y la amistad se acabaría perdiendo. Y aún así continuaste con la amistad.
- Te equivocas. Yo cuando empiezo una relación de cualquier tipo no me planteo si se acabará o no. Cuando la inicio, lo hago con confianza, con cariño, con la esperanza de que dure aún asumiendo que puede no ser así. Y por muchas dudas que uno tenga sobre si volverá o no a ver a una persona, nunca puede llegar a saber los caminos a los que le conducirá la vida. Una de mis mejores amigas de mi primera carrera pensé que siempre estaría en mi vida, porque es de mi tierra y de mi entorno y siempre mantuvimos el contacto, y sin embargo hace meses que la amistad acabó muriéndose. Otra, de mi segunda carrera, pensé que quizás nunca volveríamos a vernos cuando acabase la universidad y, sin embargo, nos seguimos llamando y viendo siempre que podemos. Incluso Míriam, es de esta provincia y estaba convencida durante la carrera de que no volvería a verla. Y sin embargo, aquí estamos, trabajando en su tierra, en la misma empresa y, encima, fui yo quien la metió en la compañía. No hay certezas sobre esas cosas, Juan.
- Puede ser. Pero yo no lo veo así. Yo tenía claro en la universidad que había gente a la que no iba a volver a ver.
- Bueno, Juan. Yo sí lo veo así. Y no trato de convencerte de nada. Simplemente te explico mi postura. Yo no estoy por la labor de vivir nada si va a ser así. Si vas a estar continuamente cercándome, diciéndome hasta dónde puedo llegar y de dónde no puedo pasar. Si vas a estar pidiéndome que no me acostumbre, yo no puedo. Porque no soy capaz de controlar ese tipo de cosas. Yo si me acostumbro, me acostumbro. Y si pregunto, pregunto. Y si no me gusta la respuesta, me aguanto. Porque a ello me arriesgué al hacerla. Pero, si ni siquiera me vas a dar la oportunidad de elegir las respuestas a las preguntas que quiero oír. Entonces no merece la pena. Estoy harta de frivolidades. Quiero vivir esto si lo puedo vivir de verdad. Si no, prefiero pasar página y quedarme como estoy.
- Lo entiendo. Pero a lo mejor yo no quiero perderme la oportunidad de seguir conociendo a
- Eso ya es cosa tuya.
Silencio.
- Vámonos, anda, Juan, que hay mucho trabajo por hacer.
- Vamos.
Por el camino.
- Voy a comprar agua, ven.
Y fui.
- Y, ¿por qué no puedo ser un salvavidas mientras tanto?
- Yo no quiero un salvavidas, Juan, yo quiero un barco.
- Y, ¿yo lo soy?
- No lo sé. Pero si no me das siquiera la oportunidad de navegar, nunca podré saberlo.
- Yo siempre me he sentido como un salvavidas para ti.
- Pues no lo eres.
- ¿Me paso por tu casa esta noche?
- ¿A qué viene esa pregunta, Juan? ¿Qué haces? ¿Lo mismo que TS?
- Es lo último que quisiera.
- ¿Entonces?
- Me apetece ir a tu casa esta noche.
Silencio.
Tres pasos más adelante.
- Está bien. Ven a mi casa si quieres. Pero si vienes, no quiero volverte a escuchar decir que no me acostumbre. Y si te pregunto que qué has hecho, que es una pregunta de lo más normal, me contestas. Y si no me gusta la respuesta, es problema mío. Pero no me vuelvas a prohibir que pregunte. Si aceptas esas condiciones, ven. Si no, no vengas.
Pues vino. Y fue genial. Absolutamente increíble. El miércoles se fue a un concierto con su madre. El jueves vino a comer a casa a mediodía e hicimos el amor antes de volver al trabajo. Luego le llamó un amigo para invitarle a su casa a jugar al billar por la noche. Me miró y sonreí. “Pásalo bien, tonto”. El viernes me dijo que no sabía qué hacer, que le apetecía salir con sus amigos que hacía tiempo que no les veía. Le dije que saliera, yo pensaba quedarme en casa porque estaba cansada y no tenía dinero, pero si quería le hacía una copia de las llaves y se venía cuando quisiera a dormir. Le gustó mucho la idea. Hice las copias.
Cuando acabé mi trabajo le pregunté que iba a hacer. No saldría, se venía a casa a ver pelis. Le ayudé para que terminara antes (por cierto que Vicente, mi amigo, su jefe, me pilló ayudándole y ayer me cayó interrogatorio. Ya lo sabe. Flipó. Pero le gusta para mí, dice). A las dos de la madrugada llegamos a casa, cenamos y… bueno, ya saben. Nos levantamos a mediodía. Hicimos unos bocadillos y nos fuimos a la playa. Luego fuimos al super y compramos algo para cenar. Volvimos a casa y se quedó hasta el domingo. A mediodía le llamó su padre para que fuera con él y su hermano a hacer windsurf, que hacía tiempo que no pasaban tiempo juntos. Le dije que fuera sin pensarlo.
Hoy libró. Y mañana también. Sólo hablamos un poco a mediodía por teléfono. Le dije que Vicente ya lo sabía, “pero pensaba que tú estabas loco por mí y yo sólo te había echado un par de polvos”. Se descojonó. Al salir del trabajo volví a llamarle, pero no lo cogió. Supongo que estaría durmiendo ya. Espero que hablemos mañana. ¿Estamos? ¿No estamos? No, no estamos. Pero estamos. Y no sé qué pasará mañana con todo esto, ni qué es lo que piensa él exactamente, ni a dónde conducirá esta historia. Simplemente decidí que no quiero más máscaras en mi vida. Que he decidido vivir a pecho descubierto, a riesgo de que me claven un puñal. Porque prefiero que me rompan el corazón a cuchillo por haberme arriesgado a sufrir, a que se me parta sólo por no haber tenido agallas.
Y nada, eso ha sido mi semana. Siento haberme extendido tanto… Intentaré volver a la rutina de la escritura diaria.
Un abrazo y gracias por seguir ahí.
Comentarios
Espero tomar nota y aplicarme como tu la proxima vez...
Un beso muuuy grande Judi me alegro que todo parezca aclararse. :D