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¿Qué hay de malo en mí?

Está empezando a costarme escribir este blog. Es extraño. Supongo que se debe a tener demasiadas cosas en la cabeza. A que cuando las cosas van mal no apetece hablar sobre ellas porque nos hieren aún más y a que cuando, dentro de lo mal, empiezan a ir bien, no queremos hablar sobre ello por si lo gafamos. No sé, es una teoría tan sólo.

Así han ido. Mal y bien y mal otra vez. He tenido unos cuantos días radiantes. ¡Qué difícil es hablar en este instante de días radiantes! Pero, sí, los hubo. Justo después de decir que me iba de la empresa me inundó una paz radiante que se desprendía por cada poro de mi piel. No sé bien por qué. Supongo que por la paz que da haber tomado una decisión, por dolorosa que ésta sea.

Sí, también era por él, porque estaba él, Juan. ¿Cómo he podido enamorarme de él de esta manera? Lo vi venir, pero resultaba tan inverosimil que pudiera pasar que me relajé y acabó pasando. Quizás deseaba que pasara. Lo necesitaba.

Hemos tenido unos días maravillosos. Llamadas, miradas, carantoñas, besos. Se quedó en mi casa el miércoles. El jueves salimos de marcha con los de la oficina y estuvo a punto de quedarse, pero decidió que se iba porque no quería luego agobiarse el fin de semana.

Se quedó el viernes. Fue precioso. Cena, besos, caricias, películas, sexo... El sábado, más sexo, más besos, playa, caricias... Y luego a trabajar. Esperamos a que se fueran todos e hicimos el amor en la oficina, encima de su mesa. Luego fuimos a cenar y al cine, y luego a casa: caricias en el sofá, besos y nos quedamos dormidos.

Esta mañana me despertó jugando en mi entrepierna. Y volvimos a hacerlo. Luego se levantó, muy serio. Le pregunté el motivo y me dijo que estaba agobiado, "entiéndolo, pasar de un par de polvos esporádicos a fines de semana completos...". No, no lo entiendo... Pero da igual.

Nos fuimos a la playa. Jugamos a las cartas. Nos besamos. Nos reimos. Y volvimos a casa. Mientras yo hacía la comida, él se duchó. Luego comimos y, mientras, hablábamos. De nada en especial, la verdad. Entonces se levantó. "Suelta eso", me dijo. Me asusté, pensé que había algo en mi comida. "¿Qué pasa?". "Suelta eso". Y lo solté. "Levántate". Y me levanté. Entonces me agarró por la cintura y me empujó hasta el sofá. Y volvimos a hacer el amor. Y fue fantástico. En el sofá, en el diván, de pié contra la pared, en la silla del comedor...

Cuando acabamos, con una sonrisa en la boca, quise retomar una conversación que habíamos dejado a medias, pensando quizás que iría por buen camino tras algo tan espectácular. "Entonces, sí que te gusto, ¿verdad?". "¿Por qué te preocupa tanto?". "No lo sé, me siento insegura contigo". Fue difícil llegar a un punto. "Sólo quiero saber si te gusto, si te gusta mi cara, mi cuerpo, mi forma de ser". "Tu forma de ser es divertida".

Me fui al baño y empecé a llorar. Me enjugué las lágrimas y volví. "Si no te gusto, si esto es sólo un entretenimiento, no entiendo por qué sigues aquí después de la conversación que tuvimos en la cafetaría". "Yo ya te dije al principio que...". "No, cualquier cosa que dijeramos al principio cambió después de la conversación de la cafetería".

Es muy largo. Y no me apetece recordar palabra por palabra. El caso es que acabó repitiéndome que se siente bien conmigo, que se lo pasa bien en la cama y fuera de ella, pero... Ya sabéis cuantos vacíos deja un pero así.

Le dije que se fuera. Se resistió pero yo insistí. Le dije que me estaba enamorando de él, que me estaba empezando a hacer daño y que prefería que se fuera. "No quiero hacerte daño". "Pues entonces, vete". Intentó besarme y le quité la cara. Y se fue.

Ahora estamos los dos aquí, en la oficina. Nuestro último fin de semana de trabajo juntos. Nuestro último domingo. Él en un ala y yo en la otra. Nos vemos si nos miramos, pero no lo hacemos. Al menos, no al mismo tiempo.

Le dije algo en casa, lo mismo que dije aquí hace tiempo, que define bastante cómo me siento. "Mi vida parece el Día de la Marmota". Así es. Siempre es lo mismo. Mi primer novio no estuvo del todo seguro de quererme en los tres años que estuvimos juntos. Se dio cuenta de que así era cuando yo dejé de hacerlo, cansada de tantas carencias. El segundo, Alberto, me rechazó durante años, me atraía y expulsaba de su lado a su antojo, hasta que tomé las riendas de mi vida, hice terapia y empecé a superarle, a asumir que lo nuestro era imposible, a asumir que nunca me había querido. Entonces me suplicó que volviera con él. No lo hice. Dos meses más tarde murió. El tercero, Luis, fue maravilloso. Y fue al revés. Durante los tres años que estuve a su lado, nunca estuve segura de que lo nuestro fuera para siempre, ni de que le quisiera realmente. Nunca dudé de que él me quisiera a mí. Finalmente, me di cuenta de que mantener su relación conmigo era tan sólo una costubre, el mismo aceptar las cosas como vienen que le ha llevado toda su vida a aceptar los malos tratos de su padre y los abusos de sus jefes. Le dejé. Y me lo agradeció...

¿Qué es lo que tengo de malo? Eso es lo que me gustaría saber. ¿Qué es lo que hace que todos los que se me acercan me vean como algo temporal? ¿Por qué nunca he sido la mujer de la vida de nadie?

Voy a tratar de acabar pronto. Me quiero ir de aquí. ¿A dónde? Aún no lo he decidido. A lo mejor al infierno!!

Nos leemos.

PD. No os preocupéis... Se me pasará.

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