Nunca imaginé lo duro que podía llegar a ser esto. Acabo de llegar del entierro de una de las víctimas del accidente y tengo el corazón encogido. El silencio y el dolor lo inundaban todo. Y yo sólo podía pensar en lo insoportable que tenía que estar siendo aquello para los padres y familiares del muchacho fallecido, si a mí me estaba destrozando el corazón...
¡Qué insignificante es la vida, sí! Y qué tontería es sufrir por pequeñeces cuando el simple hecho de estar vivos es más que suficiente motivo de alegría.
Juan, yo, ¿me hará caso? ¿no me lo hará? ¡Qué más da! Estamos vivos y eso es más que suficiente. Hay vida, hay futuro, hay esperanza y destino sea el que sea. Para otros ya no lo hay.
Han pasado más cosas, alguna respuesta que no me ha gustado, momentos de nervios generalizados en el día de ayer, momentos de incertidumbre y angustia vital en el de hoy. Me quedo con un instante de anoche: once de la noche y Juan y yo cenando una mariscada en mi casa con un buen vino blanco y ojos de cariño... El resto sobra, pase lo que pase...
Por cierto, me trajo un precioso bolso de Viena. Es un encanto. Aunque hoy me esté ignorando bastante, es un encanto.
Nos leemos, amigos.
Sed felices.
Comentarios