"Ser adulto consiste en saber quién eres y en tener el valor de ser esa persona". Gran frase, ¿verdad? La acabo de escuchar en una serie. No sé si os he dicho que soy fanática de las series de televisión, aunque nunca las veo en televisión, sólo por Internet. Hoy he descubierto una: Being Erica y, la verdad, ha sido toda una revelación. Podría decirse que es como un libro de autoayuda, escrito especialmente para mí y traducido a serie...
El caso es que hoy ha sido un día intenso. ¿Leísteis mi última entrada? Sí, ésa en la que me preguntaba si iniciar una vida sin amor pero con comprensión y cariño con mi mejor amigo era una opción. Pues creo que encontré la respuesta yo sola: No. No es una opción. Y no lo es, no porque no pueda ser una buena opción para otras personas. No lo es porque no es una buena opción para mí. Porque yo no soy así. Yo no estoy hecha para una relación sin amor. Y sí, es cierto que ya no soy la niña de 20 años ingenua que cree en el amor a primera vista y que lucha con uñas y dientes por conservarlo. De ser aún esa niña, al igual mi ruptura con Juan habría sido mucho más abrupta. Pero sí sigo creyendo que si no me levanta dos palmos del suelo con una mirada, no merece la pena inciar una relación, por muy cómoda que sea y por mucho miedo que tenga a quedarme sola.
Hoy también he descubierto otra cosa. Que no soy de hielo. Aunque creo que eso ya lo sabía pero pretendía olvidarlo.
Hoy es el cumpleaños de Juan y, la verdad, me moría de ganas de hablar con él, de oir su voz y... Sí, ¿por qué no puedo reconocerlo? Me moría de ganas de intentar un nuevo acercamiento tras dos meses de silencio tenso. No sé qué quería exactamente conseguir con esa llamada. No sé si quería pensar que podíamos ser amigos o si quería demostrárselo a él como parte de mi pequeña vendeta por hacerme sufrir por primera vez el rechazo tan tajante de alguien. Hoy caí en la cuenta de ello también: Juan ha sido la primera persona en mi vida que me ha dejado realmente.
He tenido novietes de un mes o dos que han acabado dejándome. Concretamente uno, que yo recuerde. Y de hecho lo pasé fatal, no por perderle, pues la verdad es que yo tampoco estaba enamorada de él, sino porque fuera él quien me dejara.
Es curioso. Me paso la vida quejándome de que nadie me ha querido nunca realmente y hoy vengo a abrir los ojos y a descubrir que eso no es cierto. Que simplemente es posible que no me hayan salido bien las cosas en la vida, es posible que me haya equivocado de hombres o de momentos, pero sí me han querido. Y mucho. Joshua, mi primer novio, sufrió muchísimo cuando le dejé y, de hecho, hoy en día sigo notando en su voz ese deje de dolor cuando habla conmigo.
Y Alberto. Él me amó como nadie me ha amado. No funcionó, es cierto. Nunca llegó a funcionar porque ninguno de los dos teníamos la cabeza en el sitio adecuado para que nos funcionara nada en la vida. Pero me quiso. Me quiso muchísimo. Tanto como yo a él.
Y Jota. Vamos, él también me quiso. No fue un amor intenso, ni pasional, ni desgarrador. Pero hubo mucho amor. Hubo casi cuatro años de amor, de cariño, de complicidad... Y, vamos, fui yo quien le dejé porque nos habíamos convertido en hermanos. Y él estuvo de acuerdo, sí, pero fui yo quien dio el paso. Como lo hice con Joshua en su momento y como lo hice con Alberto meses antes de que muriera para decidir quedarme con Jota. Ellos fueron los que tuvieron que sufrir verme con otros poco tiempo después de que lo dejáramos. ¿Y qué se yo si lloraron? De hecho, es probable que lo hicieran.
Ahora me toca a mí. Sí. Cuando llamé a Juan para felicitarle estaba saliendo de un restaurante y estaba con una mujer. No sé quién es ni si van en serio o no. Pero estaba con una mujer, porque oí el taconeo caminando a su lado y noté la tensión en su voz mientras hablábamos. Y recordé esa misma tensión en su voz en una situación idéntica hace justo un año, cuando otra ex novia le llamó para felicitarle por su cumpleaños mientras salíamos del restaurante al que habíamos ido a celebrarlo juntos.
Así que, sí, hoy me tocó a mí llorar y sentirme decepcionada y frustrada y sola... Y me tocó a mí preguntarme por qué con otra y conmigo no.
Pero entonces, seguí viendo esta serie a la que me había enganchado hacía tan solo unas horas y me di cuenta de que, vamos, no puedo ser tan egocéntrica ni egoista. Sí, hoy me toca sufrir a mí. Me toca sentir el dolor de ver a quien he amado tanto iniciar una vida lejos de mí. Me toca aguantarme la quemazón en el estómago, la rabia, las lágrimas. Pero en otros momentos les tocó a otros sentir eso mismo por mi culpa.
Y sé que aunque ahora lo vea todo negro y me sienta sola y triste y falta de cariño, no es motivo suficiente para conformarme ni para dejarme caer. Sí, Juan me dejó. Me dejó porque se dio cuenta de que no podía amar a alguien como yo. No podía amar a una mujer que pone por delante el trabajo en su vida y desatiende tantos otros aspectos importantes. No podía amar a una mujer desordenada y caótica como soy yo. Pero eso no significa que nadie pueda amarme tal como soy. Y aunque haya mil cosas de mí que no me gusten, habrá quinientas al menos que no podré cambiar y con las que voy a tener que vivir. Por lo tanto, tendré que aprender a quererme tal y como soy, a asumir la parte de mí que es inmutable, quererla de ese modo y confiar en que habrá otras personas en este mundo, como las ha habido antes, que también serán capaces de quererme así.
En definitiva, hoy ha sido un día pésimo. Pero es de los días pésimos de los que más se aprende, ¿o no?
El caso es que hoy ha sido un día intenso. ¿Leísteis mi última entrada? Sí, ésa en la que me preguntaba si iniciar una vida sin amor pero con comprensión y cariño con mi mejor amigo era una opción. Pues creo que encontré la respuesta yo sola: No. No es una opción. Y no lo es, no porque no pueda ser una buena opción para otras personas. No lo es porque no es una buena opción para mí. Porque yo no soy así. Yo no estoy hecha para una relación sin amor. Y sí, es cierto que ya no soy la niña de 20 años ingenua que cree en el amor a primera vista y que lucha con uñas y dientes por conservarlo. De ser aún esa niña, al igual mi ruptura con Juan habría sido mucho más abrupta. Pero sí sigo creyendo que si no me levanta dos palmos del suelo con una mirada, no merece la pena inciar una relación, por muy cómoda que sea y por mucho miedo que tenga a quedarme sola.
Hoy también he descubierto otra cosa. Que no soy de hielo. Aunque creo que eso ya lo sabía pero pretendía olvidarlo.
Hoy es el cumpleaños de Juan y, la verdad, me moría de ganas de hablar con él, de oir su voz y... Sí, ¿por qué no puedo reconocerlo? Me moría de ganas de intentar un nuevo acercamiento tras dos meses de silencio tenso. No sé qué quería exactamente conseguir con esa llamada. No sé si quería pensar que podíamos ser amigos o si quería demostrárselo a él como parte de mi pequeña vendeta por hacerme sufrir por primera vez el rechazo tan tajante de alguien. Hoy caí en la cuenta de ello también: Juan ha sido la primera persona en mi vida que me ha dejado realmente.
He tenido novietes de un mes o dos que han acabado dejándome. Concretamente uno, que yo recuerde. Y de hecho lo pasé fatal, no por perderle, pues la verdad es que yo tampoco estaba enamorada de él, sino porque fuera él quien me dejara.
Es curioso. Me paso la vida quejándome de que nadie me ha querido nunca realmente y hoy vengo a abrir los ojos y a descubrir que eso no es cierto. Que simplemente es posible que no me hayan salido bien las cosas en la vida, es posible que me haya equivocado de hombres o de momentos, pero sí me han querido. Y mucho. Joshua, mi primer novio, sufrió muchísimo cuando le dejé y, de hecho, hoy en día sigo notando en su voz ese deje de dolor cuando habla conmigo.
Y Alberto. Él me amó como nadie me ha amado. No funcionó, es cierto. Nunca llegó a funcionar porque ninguno de los dos teníamos la cabeza en el sitio adecuado para que nos funcionara nada en la vida. Pero me quiso. Me quiso muchísimo. Tanto como yo a él.
Y Jota. Vamos, él también me quiso. No fue un amor intenso, ni pasional, ni desgarrador. Pero hubo mucho amor. Hubo casi cuatro años de amor, de cariño, de complicidad... Y, vamos, fui yo quien le dejé porque nos habíamos convertido en hermanos. Y él estuvo de acuerdo, sí, pero fui yo quien dio el paso. Como lo hice con Joshua en su momento y como lo hice con Alberto meses antes de que muriera para decidir quedarme con Jota. Ellos fueron los que tuvieron que sufrir verme con otros poco tiempo después de que lo dejáramos. ¿Y qué se yo si lloraron? De hecho, es probable que lo hicieran.
Ahora me toca a mí. Sí. Cuando llamé a Juan para felicitarle estaba saliendo de un restaurante y estaba con una mujer. No sé quién es ni si van en serio o no. Pero estaba con una mujer, porque oí el taconeo caminando a su lado y noté la tensión en su voz mientras hablábamos. Y recordé esa misma tensión en su voz en una situación idéntica hace justo un año, cuando otra ex novia le llamó para felicitarle por su cumpleaños mientras salíamos del restaurante al que habíamos ido a celebrarlo juntos.
Así que, sí, hoy me tocó a mí llorar y sentirme decepcionada y frustrada y sola... Y me tocó a mí preguntarme por qué con otra y conmigo no.
Pero entonces, seguí viendo esta serie a la que me había enganchado hacía tan solo unas horas y me di cuenta de que, vamos, no puedo ser tan egocéntrica ni egoista. Sí, hoy me toca sufrir a mí. Me toca sentir el dolor de ver a quien he amado tanto iniciar una vida lejos de mí. Me toca aguantarme la quemazón en el estómago, la rabia, las lágrimas. Pero en otros momentos les tocó a otros sentir eso mismo por mi culpa.
Y sé que aunque ahora lo vea todo negro y me sienta sola y triste y falta de cariño, no es motivo suficiente para conformarme ni para dejarme caer. Sí, Juan me dejó. Me dejó porque se dio cuenta de que no podía amar a alguien como yo. No podía amar a una mujer que pone por delante el trabajo en su vida y desatiende tantos otros aspectos importantes. No podía amar a una mujer desordenada y caótica como soy yo. Pero eso no significa que nadie pueda amarme tal como soy. Y aunque haya mil cosas de mí que no me gusten, habrá quinientas al menos que no podré cambiar y con las que voy a tener que vivir. Por lo tanto, tendré que aprender a quererme tal y como soy, a asumir la parte de mí que es inmutable, quererla de ese modo y confiar en que habrá otras personas en este mundo, como las ha habido antes, que también serán capaces de quererme así.
En definitiva, hoy ha sido un día pésimo. Pero es de los días pésimos de los que más se aprende, ¿o no?
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