Siempre que vuelvo a un lugar y tengo que reencontrarme con gente a la que hace mucho que no veo se me pone un nudo en el estómago. Me da por pensar en cómo me verán y me obsesiona que sea mejor que cuando me fui. Al principio pensaba que esto sólo me pasaba con mi pueblo. Y entraba dentro de la lógica. Hace ya diez años que salí de mi pueblo y lo hice odiando y siendo odiada... sobre todo por mí misma.
Estos diez años han sido un camino hacia el reencuentro conmigo misma. Un camino que ha costado mucho atravesar. En su travesía hubo momentos de retorno y siempre me obsesionaba que al encontrarme con personas de mi pasado éstas me vieran mejor que la vez anterior, que me vieran bien, sonriente, guapa, feliz.
Pero luego llegó el regreso a la ciudad universitaria en la que cursé mi primera carrera, después de haberme trasladado a Madrid para estudiar la segunda. Y entonces volvía a pasarme. Quería que mis antiguos compañeros de facultad y de fiestas me vieran siempre mejor. Después llegó abandonar Madrid y trasladarme a esta ciudad a la que hace una semana he regresado de visita.
A Madrid casi no he vuelto desde entonces. Una o dos veces a lo sumo y no he tenido tiempo de ver más que a algún que otro amigo. Pero también sentí levemente esa sensación, esa angustia en el estómago. Sin embargo, la presión en el pecho en esta situación nunca había sido tan grande con ninguno de los sitios de retorno como cuando volvía a mi pueblo. Nunca hasta ahora.
Hoy voy a ver a un par de antiguos compañeros de trabajo a los que hace un año y medio que no veo. El tiempo que hace que me mudé a mi nueva morada. Y el nudo que se me ha instalado en la barriga tiene la misma magnitud que aquel que sentía cuando regresaba a la tierra de mi infancia. ¿Por qué? No lo sé con certeza. Podría decir que esta ciudad siempre me recordó mucho a mi pueblo. El carácter de su gente. Sin embargo fue ésta la ciudad que más me ayudó a reencontrarme. Fue esta la ciudad en la que salí del pozo en el que llevaba sumergida desde que me alcanzaba la memoria para empezar a ver la luz.
Bien es cierto que esa luz no ha brillado con total fuerza hasta hace año y medio. Pero me cuesta entender con absoluta certeza el motivo por el que, a pesar de la ayuda a mi reconciliación conmigo misma que esta ciudad me aportó, llegar a ella me produce tanta desazón. También es cierto que el trabajo del que salí corriendo para encontrar el que ahora tengo me hizo pasar algunos de los peores momentos de mi estancia aquí. Pero, no precisamente por los compañeros a los que voy a ver hoy. Todo lo contrario, ellos fueron lo único bueno de aquella época.
No sé. Quizás sea la emoción de volver a ver a gente que nos importa, gente de la que realmente nos afecta su impresión sobre nosotros. Puede que sea eso. No lo sé. El caso es que tengo angustia. Una gran angustia que, a pesar de su opresión, no logra borrar mis ansias de volverles a ver. Sólo me martiriza una idea: ¿Y si no quieren volverme a ver? ¿Y si cuando salgan del cine no me llaman como han dicho? ¿Y si en realidad me han dicho de tomar algo por compromiso?
Es lo mismo que siento al darme cuenta de que los compañeros de la facultad que quedaron hoy en llamarme para salir se han olvidado de mí, intencionadamente o no. ¿Soy una persona tan horrible? Y si es así, ¿por qué de entrada muestran esa alegría al escuchar mi voz?
Nada, yo y mis inseguridades, mis miedos, mis angustias... Yo, en definitiva, que soy un manojo de todo eso...
Nos vamos leyendo.
Estos diez años han sido un camino hacia el reencuentro conmigo misma. Un camino que ha costado mucho atravesar. En su travesía hubo momentos de retorno y siempre me obsesionaba que al encontrarme con personas de mi pasado éstas me vieran mejor que la vez anterior, que me vieran bien, sonriente, guapa, feliz.
Pero luego llegó el regreso a la ciudad universitaria en la que cursé mi primera carrera, después de haberme trasladado a Madrid para estudiar la segunda. Y entonces volvía a pasarme. Quería que mis antiguos compañeros de facultad y de fiestas me vieran siempre mejor. Después llegó abandonar Madrid y trasladarme a esta ciudad a la que hace una semana he regresado de visita.
A Madrid casi no he vuelto desde entonces. Una o dos veces a lo sumo y no he tenido tiempo de ver más que a algún que otro amigo. Pero también sentí levemente esa sensación, esa angustia en el estómago. Sin embargo, la presión en el pecho en esta situación nunca había sido tan grande con ninguno de los sitios de retorno como cuando volvía a mi pueblo. Nunca hasta ahora.
Hoy voy a ver a un par de antiguos compañeros de trabajo a los que hace un año y medio que no veo. El tiempo que hace que me mudé a mi nueva morada. Y el nudo que se me ha instalado en la barriga tiene la misma magnitud que aquel que sentía cuando regresaba a la tierra de mi infancia. ¿Por qué? No lo sé con certeza. Podría decir que esta ciudad siempre me recordó mucho a mi pueblo. El carácter de su gente. Sin embargo fue ésta la ciudad que más me ayudó a reencontrarme. Fue esta la ciudad en la que salí del pozo en el que llevaba sumergida desde que me alcanzaba la memoria para empezar a ver la luz.
Bien es cierto que esa luz no ha brillado con total fuerza hasta hace año y medio. Pero me cuesta entender con absoluta certeza el motivo por el que, a pesar de la ayuda a mi reconciliación conmigo misma que esta ciudad me aportó, llegar a ella me produce tanta desazón. También es cierto que el trabajo del que salí corriendo para encontrar el que ahora tengo me hizo pasar algunos de los peores momentos de mi estancia aquí. Pero, no precisamente por los compañeros a los que voy a ver hoy. Todo lo contrario, ellos fueron lo único bueno de aquella época.
No sé. Quizás sea la emoción de volver a ver a gente que nos importa, gente de la que realmente nos afecta su impresión sobre nosotros. Puede que sea eso. No lo sé. El caso es que tengo angustia. Una gran angustia que, a pesar de su opresión, no logra borrar mis ansias de volverles a ver. Sólo me martiriza una idea: ¿Y si no quieren volverme a ver? ¿Y si cuando salgan del cine no me llaman como han dicho? ¿Y si en realidad me han dicho de tomar algo por compromiso?
Es lo mismo que siento al darme cuenta de que los compañeros de la facultad que quedaron hoy en llamarme para salir se han olvidado de mí, intencionadamente o no. ¿Soy una persona tan horrible? Y si es así, ¿por qué de entrada muestran esa alegría al escuchar mi voz?
Nada, yo y mis inseguridades, mis miedos, mis angustias... Yo, en definitiva, que soy un manojo de todo eso...
Nos vamos leyendo.
Comentarios