Nunca he podido olvidar una lección que aprendí en Teoría de la Comunicación. Era una teoría llamada La impresión que das, la impresión que emanas. Recuerdo que me llamó mucho la atención aquella teoría y que fue una de la que mejor aprendí de aquella asignatura. Hablaba de la diferencia entre lo que el sujeto quiere y se esfuerza por mostrar de sí mismo (la impresión que das) y lo que realmente muestra (la impresión que emanas) y cómo ambas pueden percibirse en una comunicación.
A todos nos ha pasado alguna vez que estamos hablando con alguien y nos damos cuenta de que existe una gran diferencia entre lo que esa persona quiere hacernos creer de sí misma y lo que realmente es. Yo creo que estoy obsesionada con que eso pueda ocurrirme a mí. Al menos en algunas situaciones me siento realmente observada y siento miedo de que mis interlocutores de ese momento puedan darse cuenta de que en realidad no soy lo que quiero mostrarles que soy.
Supongo que es una sensación normal en una persona que, como yo, ha sido diagnosticada de un trastorno de personalidad. Obviamente es algo que arrastro desde la adolescencia y que, aunque lo tengo controlado y medianamente superado, me acompañará hasta la tumba.
Ayer me pasó nuevamente. Tuve que hacerle una entrevista al Turichuli. La hicimos en un restaurante de un lugar emblemático de la ciudad, con lo que de paso saldaba la comida que tenía pendiente conmigo. Eso sí, nos acompañó su insoportable jefe de prensa... Siempre metiéndose donde no lo llaman, que agonía...
La entrevista fue bien, conseguí mantener la cabeza en mi sitio y conseguí hallar el término medio ideal entre la agresividad y la complacencia para no dejar lugar a dudas sobre mi profesionalidad. Pero entre medias de la entrevista tuvimos tiempo para relajarnos y comer. Un delicioso solomillo a la salsa de setas, por cierto.
A mitad de la comida me llamó T.S., que quería saber si me venía mal que metiera una página más de su sección antes de la mía. Le dije que no. Pero la conversación fue, como es lógico, especialmente amistosa. "Hola cariño", le dije al saludarle. "No cielo, no te preocupes, como tú lo veas". "Sí, me parece perfecto, me haces hasta un favor, mi vida, porque hoy voy bastante corta de temas".
Mientras hablaba, el tonto de, llamémosle Pepe Sintino, el jefe de prensa, se puso a bromear con el Turichuli. "Uy uy uy... Cariño, cielo, mi vida... Aquí hay algo". Y el Turichuli se reía. Yo seguí hablando y al colgar, entre risas, me suelta Pepe Sintino. Anda, ¿ese era tu novio? Y yo le contesté... "No, mi compañero de ca... de trabajo". Y se rieron. "De cama ibas a decir". Y yo, "bueno, podría serlo, yo me acuesto con todos" rematé mirando al Turichuli, que contestó "así me gusta, ves, una chica moderna, liberal, como tiene que ser". Y yo pensaba, "sí, mamón, lo bien que te ha venido que lo sea". Pero, sonreía y asentía, "claro, claro".
La impresión que di, que no me importa en absoluto lo que piensen de mí, que no me enamoro, que me encanta pasármelo bien, que él sólo ha sido una más de mis conquistas. La impresión que emané... ¿Quién lo sabe? Es inevitable que me asuste la idea de que emanara la impresión real, la de la mujer despechada que dice justo lo contrario a lo que siente o lo que piensa en ese momento, la de la mujer que se ha tirado noches enteras pensando en él mientras él se tiraba noches enteras abrazando a su novia...
Creo que no, que la impresión que emané coincidió más con la impresión que di. Sobre todo, porque los hombres suelen ser poco intuitivos y les suele costar notar las sutiles inflexiones de la mirada o la voz en estos casos... Pero, la duda siempre queda, el miedo, el pavor a que los demás lleguen realmente a conocernos realmente, a saber lo que pensamos, el terror a sentirnos desnudos a los ojos ajenos...
A todos nos ha pasado alguna vez que estamos hablando con alguien y nos damos cuenta de que existe una gran diferencia entre lo que esa persona quiere hacernos creer de sí misma y lo que realmente es. Yo creo que estoy obsesionada con que eso pueda ocurrirme a mí. Al menos en algunas situaciones me siento realmente observada y siento miedo de que mis interlocutores de ese momento puedan darse cuenta de que en realidad no soy lo que quiero mostrarles que soy.
Supongo que es una sensación normal en una persona que, como yo, ha sido diagnosticada de un trastorno de personalidad. Obviamente es algo que arrastro desde la adolescencia y que, aunque lo tengo controlado y medianamente superado, me acompañará hasta la tumba.
Ayer me pasó nuevamente. Tuve que hacerle una entrevista al Turichuli. La hicimos en un restaurante de un lugar emblemático de la ciudad, con lo que de paso saldaba la comida que tenía pendiente conmigo. Eso sí, nos acompañó su insoportable jefe de prensa... Siempre metiéndose donde no lo llaman, que agonía...
La entrevista fue bien, conseguí mantener la cabeza en mi sitio y conseguí hallar el término medio ideal entre la agresividad y la complacencia para no dejar lugar a dudas sobre mi profesionalidad. Pero entre medias de la entrevista tuvimos tiempo para relajarnos y comer. Un delicioso solomillo a la salsa de setas, por cierto.
A mitad de la comida me llamó T.S., que quería saber si me venía mal que metiera una página más de su sección antes de la mía. Le dije que no. Pero la conversación fue, como es lógico, especialmente amistosa. "Hola cariño", le dije al saludarle. "No cielo, no te preocupes, como tú lo veas". "Sí, me parece perfecto, me haces hasta un favor, mi vida, porque hoy voy bastante corta de temas".
Mientras hablaba, el tonto de, llamémosle Pepe Sintino, el jefe de prensa, se puso a bromear con el Turichuli. "Uy uy uy... Cariño, cielo, mi vida... Aquí hay algo". Y el Turichuli se reía. Yo seguí hablando y al colgar, entre risas, me suelta Pepe Sintino. Anda, ¿ese era tu novio? Y yo le contesté... "No, mi compañero de ca... de trabajo". Y se rieron. "De cama ibas a decir". Y yo, "bueno, podría serlo, yo me acuesto con todos" rematé mirando al Turichuli, que contestó "así me gusta, ves, una chica moderna, liberal, como tiene que ser". Y yo pensaba, "sí, mamón, lo bien que te ha venido que lo sea". Pero, sonreía y asentía, "claro, claro".
La impresión que di, que no me importa en absoluto lo que piensen de mí, que no me enamoro, que me encanta pasármelo bien, que él sólo ha sido una más de mis conquistas. La impresión que emané... ¿Quién lo sabe? Es inevitable que me asuste la idea de que emanara la impresión real, la de la mujer despechada que dice justo lo contrario a lo que siente o lo que piensa en ese momento, la de la mujer que se ha tirado noches enteras pensando en él mientras él se tiraba noches enteras abrazando a su novia...
Creo que no, que la impresión que emané coincidió más con la impresión que di. Sobre todo, porque los hombres suelen ser poco intuitivos y les suele costar notar las sutiles inflexiones de la mirada o la voz en estos casos... Pero, la duda siempre queda, el miedo, el pavor a que los demás lleguen realmente a conocernos realmente, a saber lo que pensamos, el terror a sentirnos desnudos a los ojos ajenos...
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