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El agridulce del día a día

Ya estoy de vuelta. De nuevo en esta ciudad grande, caótica y nocturna que tanto he aprendido a amar. Estoy de vuelta y con nueva casa. Señor, lo que cuestan las mudanzas. ¿Y cómo me encuentro? Pues, según. A día 2 de mes no he cobrado. No me va a dar el sueldo para irme de vacaciones este mes a ninguna parte. Estoy muy enfadada con la empresa por esto del cobro y mi jefe se hace el tonto. En definitiva, los agobios económicos no me dejan disfrutar del resto de mi vida.

¿Y qué es el resto de mi vida? Pues, por pensar en positivo, mi nueva y maravillosa casa, que aún no tiene camas y a la que le faltan muchos detalles, pero con la que estoy muy entusiasmada. O mis vacaciones a partir del día 15, durante las que me gustaría aprovechar para ir a ver a mi madre y a mis amigos de siempre, relajarme y disfrutar de mi tierra.

Pero también está mi soledad, ésa que se me clava con tristeza en el estómago de cuando en cuando. Le rehuyo, trato de no mirarla a los ojos, pero siempre está al acecho. Y no puedo evitar acordarme de ella cuando me doy cuenta que tan sólo dos amigos se han dignado en momentos puntuales a echarme una mano con la mudanza, y que entre ellos no se encuentra Fanny, ella que tanto exige de mí. O cuando miro a TS, ahora sentado frente a mí en la oficina, tan serio, tan distante, tanto como yo misma, con esa frialdad que ya suponía que se iba a instalar entre nosotros a mi regreso. Una frialdad que se hace aún más insoportable cuando me reconozco a mí misma que lo encuentro más atractivo que nunca...

En fin, la vida, una de cal y una de arena. El agridulce del día a día. Sin más, como suele decir él.

Nos leemos, amigos.

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