No sé si el destino existe, ni si existen las señales o los avisos del destino. Pero si existen lo de esta noche, sin duda, lo ha sido. Una señal enorme con luces de neón que reza en grande un mensaje muy claro: PARA.
Primero, la romería, y aquel sentimiento de inferioridad, de verme en un lugar en el que no pinto nada y en el que no me apetece estar, con la única cosa en la cabeza de: “en cuanto esto acabe llamo a TS”. Luego su indiferencia al teléfono. Luego, el sentimiento de soledad y de “¿qué hago yo aquí?”.
Y cogí el coche, con todo lo que había bebido, y me volví a la ciudad. Pero, en vez de irme a casa a dormir y olvidar, que es siempre la mejor terapia, decidí salir. Y decidí hacerlo con Eusebio y su mujer. Y ya sabía desde que iba saliendo que iba a volver a caer en el desastre.
Y lo hice. Me tomé la primera raya de coca. Y ya sabía que esta vez no iba a ser como las caídas anteriores. Lo sabía y aún así no paré. Sabía que esta vez no iba a ser una y me olvidaría arrepintiéndome de lo que había hecho. Sabía que mi autoestima estaba por los suelos y quería otra. Y tomé otra. Y acabé mandándole un mensaje, con la autoestima artificialmente subida. Y me contestó. Y luego llamó. Y tonteamos pero me dijo que él “hoy” no podía. Y ella estaba allí.
Y yo, en vez de irme a casa, me empeñé en ir a dónde él estaba. Y ya no estaba. Y me hundí. Y cogí el coche de vuelta a casa, con un par de copas encima y tres rayas seguidas, después de cinco años alejada de ellas. Y me salté un semáforo. Y tuvo que ser precisamente “mi novio muerto” quien me librara de un choque casi con seguridad mortal. Fito gritó, “Judi” y yo pegué un frenazo. Entonces noté un crujido y vi a un coche pasar a dos pocos centímetros de mi cara. Si Fito no llega a estar allí, es probable que yo no estuviera aquí.
Temblando me bajé del coche y conseguí darle el seguro al perjudicado. Y mientras lo hacía, apareció Juan, que se abrazó a Fito. Traía ropa típica. Había estado en el pueblo y no me había avisado a pesar de que sabía que yo iba a estar allí. Pasaron varios minutos en los que yo estaba evidentemente afectada por el susto y Juan no se acercó. Y cuando vi que se despedía tuve que decirle “Vaya Juan, a mí ni me saludes, que estoy estupendamente, gracias”. Dijo que no me había visto, a pesar de haber visto mi coche, el coche de delante y señal de un reciente accidente.
Fito dijo de ir al Bosque y le dijo que se viniera con nosotros. Pero él iba con dos amigas, también vestidas de romeras, y salió corriendo porque habían cogido un taxi. Casi ni se despidió. Y así me asestó el golpe definitivo de la noche. El último necesario para acabar de decirme que mi vida no puede seguir así, que no puedo ir saltando de esquina en esquina tratando de llenar con emociones instantáneas los huecos que acumula mi alma, que tengo que encontrar otro rumbo, que no puedo llegar así a un día como hoy, recayendo en todo aquello de lo que me ha costado tantas lágrimas salir.
Me voy a la cama. A tratar de dormir durante horas, muchas horas. Y mañana recojo y me voy de la ciudad. Un mes, un mes entero fuera es lo que más necesito en este momento. Y olvidar. Desconectar el móvil, no encender el ordenador y desaparecer durante un mes. Y hacer, al tiempo, desparecer todo mi mundo durante un mes entero. Y meditar. Sobre todo, meditar sobre qué rumbo quiero que lleve mi vida. Un rumbo que definitivamente no es éste.
Les contaré lo que decida.
Hasta pronto.
Comentarios
Sobre lo que te metiste, no se que problema tuviste antes, pero espero que sea lo que sea, no vuelva a tu vida, porque te deseo lo mejor y ese no es buen camino.
Un beso muy grande, y que sepas que aunque no me conozcas al igual que a marad, podeis contar conmigo para lo que querais. Si necesitas hablar, buscame y cuenta conmigo.